lunes, 4 de febrero de 2008

La vez que me perdí en el viento.

El era un niño no tan chiquito, no tan grande, con esa cara de chiste que me gusta, como aquel que vimos la otra vez.
Llegó y se sentó en un extremo, el otro extremo se elevo, lo vio tan alto que se le antojo estar ahí, un poquito mas cerca de las nubes.
Volteo a todos lados pero nadie estaba a su alrededor, con un nudito en la garganta se levanto, al cabo de unos 2 segundos pensó que era un lindo día para no poder sentir el viento en su cara, para no poder darse esa satisfacción de estar cerca del cielo y sentir mas de cerca el sol.

Pensó como jugar solo en un subibaja, ¿y es que como jugar algo que es para dos? Pensó tanto como para poder ver una hormiga subir un gran tronco. Se levantó y creó un mecanismo muy pero muy complejo para subir (Talvez no era nada complejo, pero al autor no se le ocurrió algo muy grandioso o inteligente que escribir) y finalmente lo logro!

Eso que sintió arriba solo el se los puede describir, lo que yo les puedo decir es que nunca vi una cara como esa; felicidad, alegría, paz, satisfacción y melancolía. Solté una carcajada de esas que después se convierten en llanto, reí y llore tan fuerte que me escucho, su cara me hizo un gesto gentil que me invito a jugar. Subimos y bajamos, tanto tanto, que nos perdimos en el viento.

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